sábado, 30 de diciembre de 2017

A costa da Vela

La baliza roja de punta Robaleira, en el extremo sudoccidental de la península do Morrazo, que delimita las rías de Pontevedra al norte y de Vigo al sur. Y de frente, Monteagudo, la más septentrional de las islas Cíes, frenando la entrada directa de los temporales a la ría de Vigo, pero produciendo a cambio un canal de corrientes muy fuertes y peligrosas entre ella misma y este extremo del continente.

 Mirando hacia el sur, la playa de Melide, una de las que más fama de paradisíaca tiene en la comarca, y que por lo tanto en verano se llena de gente, a pesar de que queda bastante retirada. Cuando nos acercamos hace un par de días en cambio estaba desierta, y apenas sí se veían marcadas sobre las dunas las huellas de los que habían ido antes a pasear a sus perros, y las de los jabalíes que bajando aun antes del monte se habían acercado a ver qué dejaba la marea.

 Y mirando hacia el norte, el cercano faro de cabo Home, del que nos separa una costa rocosa de esquistos que, contrariamente a los perfiles muy redondeados de las rocas graníticas de la costa que da a la ría de Pontevedra, aparecen muy laminados, dejando riscos puntiagudos contra los que se despedazan de vez en cuando barcos, pescadores y percebeiros.

 Y mirando de cabo Home hacia el norte, una panorámica más completa de la región donde nos encontramos, la costa da Vela. Al fondo, los acantilados de 150 m de Donón, de los que veníamos y a los que nos dirigimos en lo que queda de entrada.

 Una corredoira empedrada hace muchos siglos, y sobre la que el paso de innumerables carros de eje estrecho y cantarín fueron dejando su marca en la piedra, conduce hasta lo alto del monte do Facho desde la pista de pierra que va bordeando todo el extremo de la península.

 En la cumbre, las ruinas del antiguo castro de Beróbriga, con los restos de algunas casas aún en pie, otros muchos caídos como en un canchal ladera abajo, y muchos más aún formando hoy en día parte de los muros de las fincas y las casas de las aldeas del fondo de la ladera.

 Aparentemente, según los historiadores, los restos actuales pertenecen a un asentamiento ocupado en los siglos a caballo de la primera Navidad, que sustituyó a uno anterior de mayor tamaño, y que evolucionó hacia el S. II en básicamente un santuario a Berobreo, una deidad local al que están dedicadas las aras votivas que se han desenterrado allí por centenares y que se conservan en su mayor parte en Vigo.

 Ya en fecha muy posterior, una garita de vigilancia bonita de ver, pero en la que no debió de ser demasiado acogedor hacer guardias, vino a añadirse al conjunto en lo alto del monte.

 Buenas vistas, las que tuvieron los habitantes locales aquí a través de los siglos: de las rías de Vigo, Pontevedra y Arousa, de Ons y las Cíes... pero sobre todo en días como en el que fuimos, pienso en el viento y la humedad perpetua, en el frío, y no les arriendo la ganancia...

 Aunque a algunos les compense, claro, como a los bisbitas pratenses Anthus pratensis que nos llegan por centenares de miles cada invierno desde Centroeuropa; los gallegos normalmente volando directos desde las islas Británicas. Este parece estar siendo un buen año de paseriformes invernantes por el norte peninsular, con números de zorzales, pinzones, bisbitas y demás que hacía tiempo que no se veían. Pena que yo siga bastante pocho...

...porque sí, a punto estuve de no haber ido a ver a Raúl, y muchas veces me arrepentí a lo largo del día, doblado por el dolor de estómago que ayer me tuvo de nuevo casi todo el día fuera de uso. Pero oye: espero recuperarme antes de volver al verano austral, que ya no me queda nada, pero precisamente por eso tengo que esforzarme y aprovechar para ver a cuanta más gente mejor. Habéis sido mi soporte en 2017, y en 2018 os voy a necesitar aún más, así que ¡nos vemos el año que viene!

jueves, 28 de diciembre de 2017

Escenas al sol austral

 Un poco amuermado entre los últimos ramalazos combinados de la enfermedad y de Bruno, me ha dado por rebuscar y subiros unas pocas imágenes de la última vez que salimos al campo allá en Bloemfontein antes de las vacaciones... Hay que ver qué lejos se me antoja Sudáfrica ahora mismo, con el frío y las nubes de fuera... aunque bueno, supongo que es que está condenadamente lejos; el día de avión que echo para llegar lo demuestra.

 Hicimos una escapada para comprar regalos de Navidad el martes 12, y antes nos dimos un breve paseo por el Jardín Botánico, que a resultas de que el inicio del verano no había traído también de forma decidida el inicio de la estación lluviosa, lucía más bien seco; más que de costumbre, vaya.

 Nadando por el agónico embalse apenas quedaban ya las fochas, cormoranes o patos de visitas anteriores, y apenas algunos zampullines chicos Tachybaptus ruficollis decoraban con sus siluetas de patito de goma la superficie del agua.

Y echando un trago, este macho no muy lustroso de amaranta senegalesa Lagonosticta senegala, pequeñito como una pulga. Ya es pena que nuestra subespecie local no tenga los colores encendidos de los ejemplares de la misma especie que viven al norte del ecuador... en fin, no me quejo, que tiempo tendré de echarlas de menos en un futuro, cuando la vida me lleve sabe Dios dónde. De momento, hoy, parece que a Marín, para no dejar de despedir el año visitando también el mar. Ganas tengo ya...

martes, 26 de diciembre de 2017

Reencuentros naturales

Este par de días que llevo en Orense, los quehaceres familiares no me han dejado demasiado tiempo para pasear a mis anchas por ahí, pero aún así me las he apañado para bajar un par de veces dando un paseo hasta el Miño. Va el río con caudal veraniego, y eso deja al descubierto unos cuantos manantiales de agua termal que a estas alturas del año deberían estar ocultos por las aguas del río; los patos los aprovechan y se congregan ahí en sus termas particulares, como hacen los viejos a unos pocos metros. He visto lúganos, que es lo que siempre me hace ilusión ver cada invierno, y varias currucas capirotadas, que es lo que siempre me hace ilusión ver; pero no lavanderas enlutadas o zorzales alirrojos. Y gaviotas, pero muy pocas, y además casi todas reidoras...

... y así he estado entretenido hasta que ayer a media mañana caí, yo también, víctima del virus doméstico, que me dejó ya hecho trizas en cama el resto del día, y que veremos qué me deja hacer a lo largo de la semana. Por suerte tengo entretenimiento natural en casa también:

Y estar enfermo va a ser la excusa ideal para encerrarme con medio año de Quercus y otras historias que han ido llegando a casa mientras yo vivía con las estaciones cambiadas. Tengo ganas ya de enterarme de qué ha ido pasando en el campo entremedias...

lunes, 25 de diciembre de 2017

¡Feliz Navidad!

¡Feliz Navidad, queridos lectores! Os traigo una foto del belén de un hospital cualquiera, porque desde ayer noche en casa, entre gripes, catarros y tripas revueltas, soy el único que (¿aún?) permanece en pie y con apetito, no sé si porque en realidad soy el causante del estropicio al haber traído algún virus sudafricano, a lo ébola, o si como me apunta JaviP lo que pasa es que de vivir allá abajo vengo ya superinmunizado contra vuestros virus de segunda. Mañana os cuento si sigo con salud. O no...

sábado, 23 de diciembre de 2017

Mascaradas transeuropeas

He intentado prolongar la estadía en la capital el máximo tiempo posible, pero estando ya a día 23 alguna excusa muy buena habría tenido que tener para no estar ya en Orense, de modo que subo a estas horas en tren a Galicia. Con pena de no ir viendo el paisaje porque iré sin luz diurna, aunque a cambio podré avanzar bastante con el libro que me tiene entretenido desde algo antes de venir de Sudáfrica (una historia juvenil clásica de allí abajo vetada hoy en día por su tono despreocupadamente racista)... y atravesaré sin ver nada también, ya llegando, buena parte de las tierras famosas en el mundo entero por sus carnavales tradicionales. Aunque quien dice en "el mundo" dice en España, o tal vez solo en la Ínsula Baltaria, que será lo más probable... nunca me gustaron demasiado los carnavales, pero si os hablo ahora de ellos es como excusa para enlazaros una serie de fotos: a través de una entrada de uno al que le gustan aún menos que a mí, descubrí la obra fotográfica del francés Charles Fréger, que ha retratado máscaras tradicionales de carnaval por Europa adelante. Y entre tanta criatura sobrecogedora, me ha sorprendido (y desasnado) mucho encontrar bastantes que, ciertamente, me recuerdan a las orensanas. Si es que hasta en lo que queremos ir de más originales resulta que no seguimos más que modas, aunque fuesen modas de hace siglos...

viernes, 22 de diciembre de 2017

Rapaces e rapaces

 Más visitas a gente: y más campo durante estas vacaciones: hoy, el embalse de Picadas. Apenas una mañana de paseo junto al Alberche por el monte "amable" de Madrid, el más húmedo y templado, antes de ir a comer opíparamente a casa de Maribel y Juan Carlos, los padres de Andrea. Una mañana aprovechada gracias a la charla...

 ... y a las grandes rapaces, pues cuando uno anda enfrascado en las historias sobre Sudáfrica, a las aves pequeñas apenas se les presta atención. Menos mal que ya están estas grandes planeadoras a las puertas del celo, y por eso muy activas, volando de un lado a otro.

 Es este "Monfragüe madrileño" probablemente la mejor parte de la Comunidad para ver grandes rapaces, y para sacarles fotos también, a nada que uno tenga mejores pulso y cámara que yo, y que preste atención para descubrir, entre los mucho más comunes buitres leonados Gyps fulvus...

 ...alguno de los no tan escasos buitres negros Aegypius monachus, de plumaje uniformemente negruzco en vez de bicolor bajo las alas y pies blanquecinos...

 ... o alguna de las ya menos frecuentes águilas imperiales ibéricas Aquila adalberti, también muy oscuras, pero más pequeñas y de cola más larga, y con el diagnóstico borde de ataque del ala blanco en los adultos. Y las que no vimos pero que también vuelan por la zona: las águilas reales y las perdiceras. Y en verano también las calzadas y las culebreras. Y ratoneros, gavilanes y azores, y búhos de todas clases. Y al que sí vi en esta zona por vez primera: un escandaloso e inesperado faisán común, que en Madrid yo solo ubicaba en la ribera del Tajo. Y, como dije arriba, todas las avecillas más pequeñas que no vimos...

... pero es que me puede más ir de charla con estos dos rapaces, y atender a las monerías del tercero. Tengo que venirme más tiempo, me da, para que se nos pase la novedad, podamos dejarnos de charlas y centrarnos en el campo. Ojalá sea pronto.

jueves, 21 de diciembre de 2017

Tiritando de alegría

¡Qué frío hace en Madrid! En realidad, ni más ni menos que cualquier otro año por estas fechas, pero a uno, que venía de estar a las puertas del verano, le ha pillado a contrapelo; aunque (aún) no me he resfriado... Por otra parte es verdad que no salgo de la calle: hay demasiada gente que ver, tanto de los que ya estaban aquí, como de los que también han vuelto por Navidad. Eso por un lado, y por otro ¡qué narices!, que me gusta pasear por aquí: me gusta poder llegar andando a sitios (y no solo a un centro comercial, porque todo lo demás ya queda demasiado lejos), y a los que no, poder llegar en transporte público; me gusta poder salir a la calle a cualquier hora, sin preocuparme de si se hace oscuro y hay que buscar refugio, me gustan el olor de las hojas húmedas y el del nisperero, me gusta reencontrarme con las aves de ciudad de aquí, que de tan olvidadas que las tenía casi las veo como nuevas (ayer "me taché" la lavandera blanca, el mosquitero común y el colirrojo tizón...)... y espero, antes de que ya me toque volver, dejar de caminar por la izquierda, de mascullar un "sorry" en vez de un "disculpe" cuando me tropiezo con alguien, y de hablar mal dela gente en alto al creer que no me entienden. Y que me dé tiempo de seguir viendo gente y sitios. Ya queda la carta escrita...

lunes, 18 de diciembre de 2017

Un alto y un cortado en el camino

Os parecerá raro que me dedique a poner fotos del campo, pero es que aterricé en Madrid en un estado carencial agudo de naturaleza ibérica, y necesitaba encontrarme con parajes y especies conocidas que "me digan algo" casi tanto como con mis amigos. Y a estos los estoy viendo, en abundancia, pero no pierdo la oportunidad de intentar combinarlos con el campo.

 Por eso ayer le comí la oreja a Jaime para que, de paso que nos acercábamos a Arganda a ver a Sofi y Samu y la pequeña Aroa, parásemos "cinco minutitos" paseando junto a los cortados de El Piul, en la laguna del Campillo, un sitio al que ya sabéis que fui bastante al empezar a vivir en Madrid, y que por eso mismo me trae muchos buenos recuerdos.

Foto de Jaime, con su móvil y a través de mis prismáticos
Recuerdos de bimbos, entre otras cosas: de mis primeras collalbas negras Oenanthe leucura por ejemplo, que me había tachado aquí gracias a Carlos (¡hola!, se agradece tu constancia siguiendo el blog) hace más de once años y que ayer se dejaron ver con mucha más facilidad que en cualquiera de mis otras visitas. Collalbas y gorriones chillones, las especialidades del lugar, que metí ayer en mi lista sentimental de esta Navidad aun a costa de llegar quince minutos tarde a Arganda... espero que me sepanperdonar este desliz.

domingo, 17 de diciembre de 2017

El frío te jo...

 A pesar de que aprecio mucho el paisaje del Free State, con sus espacios abiertos, colinas mínimas y aves marrones que siempre suponen un reto de identificación, llegué a España con bastantes ganas de ver monte y árboles, además de gente (y mar, claro. Pero eso, Raúl, dentro de unos días...). Y aunque el frío no es poco y aún no ha llegado mi maleta, decidimos ayer Raquel y yo que la mejor forma de reencontrarnos y de dar cumplimiento a mis deseos a un tiempo era subir a la Sierra.

 Pertrechado pues con ropa de campo vieja de su hermano, y con el auxilio de mi mal móvil para ilustrar esta entrada, subimos ayer al valle de Rascafría, y monte arriba después paralelos al arroyo de La Angostura. Poco movimiento de aves, claro, como toca en inverno (y además cuando uno se pone de charla presta menos atención), pero los reclamos y siluetas familiares de mitos, herrerillos capuchinos y carboneros garrapinos siempre le alegran el corazón a uno, a lo que también ayuda el paso constante de buitres negros sobre la cabeza, aunque sea de manera fugaz, entre las copas de los árboles.

 Ascendimos por una pista forestal que no ofrecía mayor dificultad que la del propio desnivel hasta que ya la masa forestal empezaba a clarear y el suelo en las cunetas aparecía tiznado de nieve, allí donde en el sotobosque, a la sombra de los pinos de Valsaín, sobreviven los relictos de épocas más frías y latitudes más norteñas: acebos y tejos.

Y en un rodal de tejos extraordinariamente grandes y añejos buscábamos en concreto uno que los avejentaba a todos: el de Barondillo, nacido prácticamente a la par que el Salvador, por lo que resultó una excursión de lo más adecuada para estas fechas. Poco le di las gracias a Raquel, que encima la pobre no pudo ni ver el tejo, pues a falta de cien metros escasos para llegar un arroyo y canchal de piedras congeladas y resbaladizas hicieron que pudiese mas el miedo a descalabrarse que las ganas de culminar la ruta. Pobre consuelo debió de ser, me temo, pasar el día conmigo...

viernes, 15 de diciembre de 2017

Un viaje a pedazos

¡Gracias a Dios, que puedo escribiros ya! No tanto porque tuviese mucho mono de blog (que también), sino porque eso es señal de que estoy sentado en una mesa, con el ordenador y con conexión; señal de que ya estoy en casa, vaya. Lo que es de agradecer, pues me ha llevado tanto tiempo llegar hasta aquí que ya casi se me olvida que el viaje  tenía un destino concreto...

Viaje que, de hecho, comenzó incluso antes de tiempo. Éramos tres los que nos íbamos: Juan, terminada su estancia predoctoral, se volvía ya a Murcia. Carmen a Suiza, aunque vuelve en febrero; y servidor aquí con vosotros. Los tres viajes empezaban con un primer vuelo entre Bloemfontein y Johannesburgo, vuelo que en el caso de mis compañeros era a las cinco, y el mío a las seis y media. Pero por despedirme de ellos (y porque así Carmen me acercaba en coche al aeropuerto...), les acompañé, y llegamos allí a eso de las tres y cuarto. Ahora bien, entre Bloemfontein y Johannesburgo hay sobre el papel varios servicios de vuelos al día, pero como no es que sea un servicio muy demandado, no es raro que a uno le acaben cancelando un vuelo y haciéndole coger el siguiente para que así vayan los aviones más aprovechados... A nosotros nos pasó lo contrario: quedaban plazas en el vuelo que salía a las tres y media, y antes de que nos diésemos cuenta estábamos ya con la maleta dentro del autocar con alas que une las dos capitales y que daba cabriolas de contento cada vez que le llegaba la más mínima brisa de costado.

A Johannesburgo yo llegué ya cargado de paciencia, porque había recibido un aviso esa misma mañana de que mi vuelo a Londres saldría, no a las diez, sino a las dos de la mañana, porque el avión que ahora estaba bajando ahora desde Europa había salido ya tarde de allí. Y falta me hizo la paciencia, pues una vez en el aeropuerto la situación en los mostradores de British Airways era dantesca: a resultas de las nevadas de principio de semana, los vuelos de la compañía colapsaron un poco por todo el mundo, y mientras en que los mostradores de otras compañías se respiraba paz y tranquilidad, los míos eran un hervidero de gente intentando subirse a algún avión, pues a algunos les habían cancelado sus vuelos y estaban a la espera desde más de día y medio antes... No me llevó mucho más de tres horas de cola conseguir mis tarjetas de embarque, en todo caso, y la pena que tuve de no poder despedirme ni de Juan ni de Carmen la compensé con el entretenimiento de atender a trámites burocráticos ministeriales a 10.000 Km de distancia...

La pobre Carmen, preguntándome a intervalos regulares "¿Qué tal vas?", hasta que ya tuvo que despegar...
 ... pues, maravilla del sentido de oportunidad, en la horas anteriores al viaje me llegaron dos respuestas a artículos (con revisiones mayores y menores), y una petición de enviar urgentemente un CV. Y si ya el CVN es un producto demoníaco en condiciones normales, conseguir usar la aplicación web para generarlo en el móvil, haciendo cola mientras a tu alrededor se desata el peor caos aeroportuario, tendría que contarme como un mérito más para las acreditaciones académicas y para el debe/haber de las cuentas del Purgatorio... en fin. Suerte que no fueron dos, sino tres, las respuestas a artículos; y que la tercera al menos era un "Accepted" :-)

Bueno, conseguí finalmente hacerme con las tarjetas y pasar los controles de seguridad, y ya solo me quedaba esperar de ocho de la tarde a dos de la mañana para coger el avión... Una vez que se fueron cerrando tiendas a restaurantes y la terminal se fue vaciando de viajeros más dichosos que nosotros, me dediqué a ver capítol tras capítol de APM, que últimamente estamos teniendo Joaquín y yo mucha actividad con los otros postdocs, y se me acumulan las cosas que ver desde hace semanas...

I! Indá! Indapandensiá...!
Despegamos finalmente (a las tres en vez de a las dos, total ¿qué más daba ya?), y al revés que al venir, allá por mayo, esta vez sí dormí algo en el avión; imagino que el cansancio acumulado ayudó algo... Los de BA en todo caso decidieron matarnos de hambre, y no nos dieron nada de desayunar hasta pasadas las doce de la mañana (las once aquí, y las diez en Inglaterra; llevo un cacao horario ahora mismo bien majo...). Pero al poco iniciamos ya el descenso, y los campos verdes delimitados por setos, y las masas de árboles desnudos de la Europa caducifolia, pintaban ya un paisaje mucho más acorde con el espíritu prenavideño. Solo el intenso frío, al bajar del avión, me hizo arrepentirme un poco de haber dejado pasar la oportunidad de experimentar una Navidad de manga corta...

No tuve mucho tiempo de pasar frío de todas maneras, porque llegaba con el tiempo tan pegado al culo a la conexión que casi me quedo en tierra. Me dejaron sim embargo entrar, y dos horas y pico de lectura y siesta con que engañar al hambre más tarde, volví a la ciudad donde regresa siempre el fugitivo...

... sin maleta, claro está. A ver si aparece hoy.

lunes, 11 de diciembre de 2017

Las berzas me persiguen...

 Mira que paso cada semana por el jardín de la catedral, y sin embargo, juraría que hasta el domingo pasado no estaban...

... las toqué, os lo prometo, para ver si eran de verdad; que sí lo eran, céreas y glaucas, y dolorosamente evocadoras. ¿Qué misionero os trajo, para torturaros haciéndoos crecer en un clima tan rematadamente contrario al vuestro, y para hacerme pensar a mí en gallinas y en marcos? ¿Quién va sembrando berzas allí por donde paso? ¿Me perseguís, o soy yo el os arrastra en las suelas de los zapatos?

domingo, 10 de diciembre de 2017

Volando libres entre los cautivos

Un gorrión... del Cabo, como casi todo aquí abajo
Sigo tirando del fin de semana pasado para entreteneros este... El domingo anterior fuimos de visita (para Joaquín y yo, la segunda) al zoo de Bloemfontein. La primera vez fui más por compromiso social que otra cosa, pues tenía bastantes reparos: visto el estado general de mantenimiento de las instalaciones de la ciudad, temía encontrarme con una especie de campo de concentración de animales famélicos y deprimidos, como tristemente he visto en tantos otros zoos. Y vaya, aunque cutre, la impresión general fue bastante más positiva de lo que me esperaba. Con todo y con eso, he ido evolucionando desde querer trabajar en un zoo a cuestionarme mucho la conveniencia de los mismos, así que del domingo pasado traigo solo unas cuantas fotos de las aves silvestres que andaban al descuido por el mismo.

"Silvestres", que no necesariamente autóctonas: el miná común Acridotheres tristis es una especie de estornino propia del sudeste asiático, pero ampliamente introducida en regiones (sub)tropicales del Viejo Mundo. Es un bicho gordo, como una tórtola, bastante más grande que los estorninos pintos europeos (que también han sido introducidos aquí); y con un colorido también en comparación mucho más abigarrado.

Una pareja de gansos del Nilo Alopochen aegyptiacus cuidaba de su prole en el estanque del recinto de los animales de sabana (que contiene básicamente un par de antílopes perdidos en un mar de ardillas terrestres). Caí en la cuenta al ver la foto de que los "gansos", en general, suelen mantener los vínculos de pareja a lo largo del periodo de cría; al revés que los patos, en los que el macho se desentiende una vez la hembra comienza la puesta. Otra cosa que también aprendí este año preparando las clases de Ornitología, algo también muy evidente, pero en lo que no había reparado, es de que el grupo de los Galloanserae (gallináceas y patos), con ser en general aves de buen tamaño, no siguen la regla de casi todas las demás aves, de poner menos huevos cuanto mayor es el tamaño corporal, y al mismo tiempo más energía cuesta producir huevos de buen tamaño y más sencillo es cuidar de la prole. Nidadas de diez huevos no son nada raras en los patos, y tampoco en pajarillos como los carboneros; pero no se dan en aves de tamaño comparable como gaviotas o rapaces, que pondrían dos o tres.

Una garcilla bueyera Bubulcus ibis con los penachos color canela propios de la época de cría; el resto del año son por completo blancas. Las garzas no suelen ser en general aves "urbanas"; a vivir en el río que atraviesa una ciudad yo no lo llamaría ser urbano, eso es algo que para mí nace cuando empiezas a aprovechar directamente los recursos proporcionados por el hombre. Pero de todas las que conozco, la bueyera sí es la que suelo ver más asociada al hombre, comiendo en basureros y demás; y en todo caso sí que los zoos parecen ejercer una atracción especial sobre las zancudas, que andan siempre al quite de rapiñar los restos de comida de los animales.

Otra más: una garza real Ardea cinerea, a la espera de los pedazos de pollo que estaban arrojando a los carnívoros del zoo. La garza real de aquí es la misma que la española, y eso es algo que me llama un poco la atención: es una tontería, pero como en España yo ya tengo por un ave mayormente invernante, pues crían relativamente pocas parejas y vienen muchos más ejemplares en invierno de Centroeuropa, se me hace raro ver que sean sedentarias aquí, en el quinto pino y en latitudes subtropicales...

Una última zancuda, aunque ya no garza: un ibis hadada Bostrychia hagedash, nuestro despertador matutino, al que me gusta escuchar al otro lado de la ventana (esto es, salvo cuando se posan y se ponen a gritar justo al otro lado de la ventana...). Creo que los echaré de menos durante estas semanas de vacaciones que se avecinan, a ellos y al calor. Que ya veréis qué broncíneo voy a llegar, igual igual que este ibis...

Cierro ya con una última especie que, evidentemente no es nativa, pero que corría también en libertad por el zoo. Es la primera vez que veo pollitos de pavo real; me resultaron muy rollo faisan, no creo que los hubiese podido identificar de no haber ido acompañados de su enorme progenitora...

... que no de su progenitor, pues fiel al estilo de los Galloanserae, a la que cumple su cometido imprescindible el macho pone plumas de por medio. Pero ea, se lo perdonamos, que bien bonito es. Y para rematar a entrada con homenaje a Flannery nos llega y nos basta.

sábado, 9 de diciembre de 2017

¡Vaalgame Dios!

 Tras pasar la mañana en el Museo de la Minería de Kimberley, buscamos después de comer algún sitio donde poder dar un paseo, y decidimos tirar hacia el norte, hasta un lugar donde parecía que la carretera pasaba junto al Vaal, uno de los principales ríos del interior del país. Y nos salió bien la jugada, pues encontramos dónde dejar el coche junto a un lugar donde el entorno del río era muy herboso y abierto, y allí estuvimos un buen rato saltando por las peñas.

 Los obispos rojos Euplectes orix son las aves más conspicuas de los carrizales y otras zonas herbosas de esta región. Los machos, que se pasaron medio año en la discreción más absoluta, con pinta de gorriones enanos, se transformaron al llegar la época de cría en unos prodigios pintados de naranja y negro, que zumban y se persiguen entre las cañas con las plumas enhiestas como abejorros gigantes y malhumorados.

 Una imagen de frente de uno de estos machos, hinchado y en pleno canto, que como el de muchos tejedores resulta más llamativo que agradable.

 Y el mismo bicho, ahora de perfil. Desde luego, todo lo que tienen de difícil a la hora de identificarlos en invierno, lo compensan sobradamente ahora en verano...

 Anidan estos tejedores de forma más o menos colonial dentro de las masas de carrizos, y no se esmeran tanto a la hora de construir su nido como otros parientes: se contentan con medio trenzar una bolsa de hierbas que es casi traslúcida, del poco material que le meten.

 Cerca de allí, bajo un puente, anidaba una pareja de golondrinas de garganta blanca Hirundo albigularis (y tan blanca) que, estas sí, se habían esmerado en la construcción de su medio cuenco de barro, el nido típico de las golondrinas de este género. En Sudáfrica hay muchas especies de golondrinas, y disfruto mucho cada vez que me tacho una; son aves que me hacen especial gracia, como los vencejos. En nuestra última visita al Kruger vimos (y anillamos) varias golondrinas abisinias, y creo que están muy muy arriba en mi ranking de aves favoritas.

 Venga, que no todo van a ser aves: trepando entre las paredes del puente y la vegetación circundante estaban unos cuantos escincos arbóreos del Kalahari Trachylepis spilogaster. Me resulta curioso que, habiendo como hay lagartijas "de verdad" (de la familia Lacertidae) en Sudáfrica, sean o bien especies de desierto o de montaña, y que el nicho lagartijoso "de ciudad" lo ocupen los eslizones.

 Y esta mala foto la pongo porque, para alguien que fue tan aficionado a los acuarios como lo fui yo, ver mi primer cíclido en libertad, una tilapia franjeada Tilapia sparrmanii, fue casi lo mejor del día, aunque no lo manifestase tanto como con los vencejos de que os hablaba ayer (y menos mal; capaces eran estos de tirarme al río...). Al revés que en Sudamérica, buena parte de los cíclidos africanos son incubadores bucales, y escasean más las especies que desovan sobre el sustrato, entre las que se encuentra esta que nos ocupa.

 Nos cruzamos con un par de chavales que estaban pescando. Uno, chino, estaba navaja en mano cortando filetes de pescado, lavándolos en el río y comiéndoselos directamente (¡?). Tenían aparte esta caja con animales que querían soltar en el estanque de su jardín: varias tilapias pequeñas y unos bichos que me hicieron mucha ilusión: cangrejos "de mar", pero de río Potamonautes sp., que por lo demás en África son los cangrejos de río que hay, pues no hay astácidos.

 La parte del lecho del río que iba seca dejaba al descubierto la roca volcánica típica de la zona: la kimberlita, famosa como ya os dije ayer por su tendencia a arrastrar consigo diamantes desde las entrañas de la tierra.

 Y por allí echamos, como os dije, buena parte de la tarde, gastando los zapatos. No tanto como este pobre, por otra parte...

 Kimberley está a oca distancia al norte de Mokala, pero no nos entretuvimos visitando esta vez zonas de sabana; no daba para tanto el día. Pero Juan pidió que parásemos un segundo para fotografiar unas flores, y coincidió con que en los arbustos espinosos del arcén estaba posado este mangante: un precioso (al natural lo es, hacedme caso) macho de alcaudón dorsirrojo Lanius collurio, una de las aves ibéricas que más me gusta, y que se complica lo indecible a la hora de migrar, pues en vez de tirar directo hacia abajo desde España como hacen casi todos los pajarillos y quedarse ya en el Sahel al cruzar el desierto, le da por prácticamente rodear todo el Mediterráneo y por bajar luego hasta aquí. Pero yo se lo agradezco, vaya.

Y cierro ya la entrada con un secretario que nos encontramos poco más adelante del alcaudón; asfixiado que iba el pobre, con el sol que hacía. Y por lo demás, dos sábados que salimos, dos que vemos este bicho. Para variar, una vez te tachas un pájaro luego es como con las Pringles, que ya no hay stop...