domingo, 18 de septiembre de 2016

Le Teich

¡Por fin! Tres semanas más tarde, por fin termino de contaros el último capítulo de nuestro viaje desde Madrid a París. El domingo 28, tras pasar la mañana en el botánico de Burdeos, fuimos a comer y a echar nuestra última tarde en la reserva ornitológica de Le Teich (se accede por el "canoë" que sale en el mapa).

 ¿Cómo os describiría el sitio, con términos ibéricos? Es un poco como los recorridos del P. Nac. de las Tablas de Daimiel. La reserva, de propiedad municipal, engloba una serie de estanques de una antigua piscifactoría. En función de su cercanía y comunicación con la inmediata bahía de Arcachón, los estanques son más o menos salobres, y se deja sentir en ellos el efecto de las mareas o no. Un recorrido de una longitud total de unos 10 Km va bordeándolos todos y conectando un rosario de observatorios. Hay que pagar para acceder (8,5 € si mal no recuerdo), pero bien los vale. El dinero se invierte en mantener los propios estanques (reparar diques, arreglar caminos, manejo de la vegetación) y las instalaciones de observatorios, aseos y demás; y el resultado, dicho en pocas palabras, es que uno disfruta al máximo del pajareo.

 Cierto es que los primeros estanques del recorrido, de agua dulce, acusaban el "aburrimiento" del verano, y apenas albergaban más que unas cuantas fochas y azulones... y un ragondin, un coipo de culo gordo y dientes naranjas, para gran alegría de Andrea y Álex. Y mientras ellos se entretenían con la rata gorda, yo me entretuve con las lagartijas roqueras Podarcis muralis que corrían de seto en seto atravesando el camino.

 La cosa de todos modos empezó a animarse muy pronto, al ir abriéndose los estanques al mar y cargarse de nutrientes, y con ellos de bichos, y con ellos de limícolas, a las que sorprendimos en pleno paso postnupcial. ¡Pena de telescopio, al que le hubiéramos dado muy buen uso! Pero a falta del mismo, en condiciones tranquilas como en las que estábamos el zoom de la cámara que me regalasteis al irme de postdoc se comporta aceptablemente bien, y sirve tanto para retratar los bichos lejanos, como para enseñárselos a la gente señalando en la pantalla.

 Entre otras muchas limícolas, había por ejemplo buenos números de archibebes oscuros Tringa erythropus, una especie que estoy mucho más acostumbrado a ver de uno en uno. El "oscuro" de su nombre se lo ganan mientras crían, pues el resto del año lucen de hecho mucho más pálidos que el archibebe común de dentro de unas fotos, al que más se parecen, o incluso que los archibebes claros.

 Junto a ellos había también buenos números de agujas colinegras Limosa limosa, tanto adultos ya más o menos mudados al plumaje no reproductor grisáceo, como algunos juveniles todavía bastante leonados. Y mientras distinguíamos unos bichos de otros, Álex me señaló un animal que pasó en vuelo cerca del observatorio reclamando roncamente, con hechuras y tamaño de pterodáctilo... y me dio un vuelco el corazón. Desde luego por fechas y localidad entraba dentro de lo probable verlo, pero iba yo tan poco mentalizado de tacharme algo que la alegría, que ya de por sí habría sido indescriptible, lo fue si cabe todavía más.

 Lo malo fue, porca miseria, que desde ese observatorio, aunque cerca, sólo las vimos volando, y durante un espacio de tiempo insoportablemente breve. A Dios gracias, pudimos volver a verlas desde otro observatorio. Y para que veáis el partido que le pude sacar al zoom de la cámara, haceos una idea de que las bichas que nos interesaban estaban posadas entre las gaviotas reidoras del fondo de la foto, esa miríada de minúsculos puntitos blancos contra los tarajes verdes.

 Pero ¡helas aquí, gracias a la técnica! Dos (había algunas más) pagazas piquirrojas Hydroprogne caspia, un adulto y un juvenil de pico aún naranja. Los charranes más grandes del mundo, del tamaño de una gaviota sombría; una especie cosmopolita que cría tanto en latitudes boreales como en los trópicos, con poblaciones migradoras y sedentarias. En Europa se concentra sobre todo en torno al mar Negro y en las costas del Báltico, y son las aves que migran entre este mar y el oeste de África las que se dejan ver por nuestras costas (aunque también en el interior) tanto en primavera como en otoño, también a veces durante el invierno, y con mayor probabilidad cuanto más al este. Una especie pues con la que me he podido cruzar unas cuantas veces, pero con la que no coincidí hasta la víspera de mi 33 cumpleaños. Desde luego que, aunque fuese de forma involuntaria, no me habrían podido preparar un mejor regalo...

 El parque la verdad es que es grande, y tras detenernos demasiado (aunque con gusto, vaya; además que había mucho que ver) en los primeros observatorios, tuvimos que pasar por el resto del recorrido un poco a la carrera, deteniéndonos sólo si en algún vistazo rápido veíamos alguna especie nueva que enseñarle a mis compañeros. Fueron así pasando delante de nuestros prismáticos y de la cámara aves marinas como el gavión atlántico Larus marinus, la mayor gaviota de todas...

 ... o patos como la cerceta común Anas crecca, de los más pequeños de Europa.

 Pero principalmente muchas limícolas, si no de todos los colores, sí de todos los tamaños (y tamaños de pico). Limícolas medianas como el archibebe común Tringa totanus...

 ... diminutas, como el correlimos menudo Calidris minuta, que no abulta más que un gorrión...

 ... o corpulentas como el correlimos combatiente Calidris pugnax.

A mitad del recorrido, el sendero se acerca a las aguas más abiertas del la bahía. Contábamos por la mañana con habernos adentrado también en ella, con haber subido a la mayor duna de Europa y tal vez con habernos dado un último baño estival en la playa. Pero, como siempre nos pasa en el campo, hay tantas cosas que ver que nos faltan horas, y ya la tarde iba de caída cuando aún quedaban muchos bichos por ver. Y los que nos quedarán en el futuro...

No hay comentarios:

Publicar un comentario