miércoles, 27 de julio de 2016

Tres lugares de Terceira

 El edificio redondeado que veis en primer término es el Centro de Congresos de Angra do Heroísmo, donde pasamos la mayor parte de la semana pasada; echadle un ojo si queréis a un mapa de la isla, para situaros. El edificio, en un altozano, permitía tener una buena panorámica del resto de la ciudad, que caía mayormente hacia el este hasta morir en el amplio puerto, a la izquierda en la foto del monte Brasil, un pequeño volcán que da abrigo del mar abierto a la ciudad. Y sobre el monte, el cielo permanentemente azul con el que bendice a las Azores el anticiclón de su mismo nombre...

¡Ja! Más quisiéramos... el anticiclón nacerá allí, pero si las Azores son tan verdes es porque a lo largo de la inmensa mayoría de los días del año el cielo luce así, incluyendo la semana del congreso, mientras que en el continente os achicharrabais... pero bueno, haciendo honor a la verdad, lo cierto es que apenas llovió, y la temperatura fue de lo más agradable.

 El puerto de Angra, con los dos islotes de las Ratas al fondo. El centro de la ciudad propiamente dicho es muy pequeño, y la mayor parte de la misma se compone de barrios más rurales que urbanos, que suben por las empinadas laderas monte arriba, cada vez menos casas, cada vez más huertas con gallinas, perros mestizos y campos de maíz; hasta que sin darse cuenta uno está ya en medio de la gran cuadrícula de prados, bordeados con muretes de piedra y hortensias, que recubre la mayor parte de la isla. Prados donde pastan las vacas frisonas que sustentan buena parte de la economía insular, y algunos hatos de toros bravos también, pues los encierros suelen ser el plato fuerte de todas las fiestas locales.
Las casas de Terceira son bajas y llamativas, pintadas ya de blanco con las molduras de puertas y ventanas de colores chillones, ya a la inversa. Las iglesias son grandes y todas cortadas por el mismo patrón: planta rectangular y dos torres gemelas de campanarios puntiagudos flanqueando la fachada principal; también de colores. Lo moderno del centro de congresos contrastaba fuertemente con el ambiente del resto de la isla, anclado por el aislamiento insular en el Portugal que conocí cuando de pequeño bajábamos algunas veces los fines de semana a comer bacalao a Barca o a Valença do Minho, cruzando el río en transbordador: gente agitanada (a falta de otro término que suene menos despectivo, ya me perdonaréis), todo lleno de pick-ups Toyota y taxis Mercedes del año de la pera, como en general todos los vehículos; mucha juventud y mucha tranquilidad, tanto por la calle como en la carretera...

 A Praia da Vitória, en el este de la isla, junto al aeropuerto, fuimos el jueves los que participábamos en el simposio de evolución de aves en islas, para una vez finalizado el mismo (en otro centro de congresos a estrenar) echar un rato en el Paúl, un humedal famoso en inverno por albergar normalmente casi más especies y ejemplares de aves americanos que europeos, pero que ahora en julio apenas sí tenía unos cuantos patos domésticos...

 En una isla llena de edificios llamativos, los "impérios" se llevan sin duda la palma: son "templos laicos" que, a partir de su origen como capillas de culto al Espíritu Santo, actúan además como centro de asociaciones vecinales. Muchos eran los barrios que celebraban sus fiestas durante nuestra estancia en la isla, y al salir por la noche a cenar se podía ver bastante gente alrededor de estas construcciones: mesas con comida y baile fuera, muchas velas y fieles dentro.

Y S. Mateus da Calheta para terminar: un pequeño puerto pesquero al que fuimos a dar una vuelta y cenar la última tarde, finalizado el congreso, ya por nuestra cuenta. Al bajar del coche, unos chiquillos que correteaban por el puerto sin más supervisión que la de otros apenas un par de años mayores que ellos que estaban allí pescando con línea de mano, me pidieron los prismáticos, y tras dejárselos yo un tanto receloso salieron corriendo con ellos, pero sólo hasta el borde del agua, para arrancárselos unos a otros y decir que qué bien se veía el monte Brasil desde allí mientras los cogían al revés... su trabajo me costó recuperarlos, pues hasta que no hubieron mirado todos varias veces no hubo manera. Se nos pegaron después y vinieron paseando y peleándose detrás de nosotros, hasta que a base de no hacerles caso se acabaron aburriendo y volviéndose a pescar con los "mayores"... (a esto me refiero con "agitanados", sin ninguna maldad). Al volver al coche después de cenar, resultó que la llave de nuestro Clío viejo de alquiler no giraba en la cerradura. Y al querer abrir el maletero para entrar y abrir las puertas desde dentro, resultó que estaba abierto... y vacío. Prismáticos, cámara... y mis compañeros que además habían dejado en el coche la documentación, los listos de ellos. Y pasamos unos segundos de verdadera angustia... hasta que nos dimos cuenta de que ¡estábamos hurgando dentro del coche que no era!, y que el nuestro estaba aparcado, sano y salvo, un par de coches más allá. Menos mal que no nos vio el dueño...

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