sábado, 31 de diciembre de 2016

Animales de museo (Go East, y VII)

 La Isla de los Museos, al este del centro de Berlín, es uno de los lugares más visitados por todo hijo de vecino que viene a la capital alemana. Siendo esto así, también Andrea la había recorrido acompañada más de una vez; y por ahorrarle una nueva visita, la recorrí yo solo el lunes, tras visitar el acuario.

 Las cornejas cenicientas Corvus cornix intentaron impedir que me culturizase: "¡No entres ahí! ¡No malgastes las pocas horas de luz que te quedan dentro de un edificio! ¡Mira que es posible que, a la vuelta de la esquina, te encuentres con un grupo de ampelis, o algún otro pajarillo encandilador..." Pero no les hice caso... que tenía bastante frío; y tras sacarles algunas fotos, a culturizarme que fui...

 El nombre de la isla es tan poco original como acertado: cinco son los museos que, fachada con fachada, se pueden visitar si se tienen tiempo y ganas; los cinco dedicados en buena medida al arte antiguo. Como yo apenas tenía un par de horas libres, las pasé dentro del más conocido, el de Pérgamo.

 El Museo de Pérgamo es justamente famoso por albergar muchas edificaciones antiguas, que forman parte de la propia estructura del edificio. Con todo, me quedé sin ver la más famosa de ellas: el Altar de Zeus de Pérgamo, que da nombre al edificio, y que estaba en restauración.

 No me faltaron cosas que ver, sin embargo: desde las grandes estructuras como esta fachada de un mercado de la antigua Mileto, hasta los objetos decorativos más pequeños y delicados.

Muros, muchos muros de diversas épocas y estilos; pero muros levantados para levantar el ánimo de los ciudadanos y no para humillarlos, como el otro muro más famoso de esta ciudad. Con quedarme a miles de kilómetros y de años de distancia, la Puerta de Ishtar me dice más cosas que la East Side Gallery.

Me harté de sacar fotos en el museo de las cosas más variopintas; por fastidiar y completar el blog, ya que he dedicado varias entradas de la serie berlinesa al los "museos de los animales" (el de Ciencias Naturales, y el Acuario), pues os voy a enseñar aquí unos cuantos animales del museo, empezando por uno de los toros babilónicos de la puerta de arriba, fabricado como en un mosaico de ladrillos pintados y esmaltados.

 O un mosaico "de verdad", de una villa romana norteafricana, con un bonito faisán. Espero que las guías de aves de los romanos no fuesen todas así, pues a ver quién era el guapo que se las llevaba al campo...

 Dos de los cuatro leones de Sam'al, hititas, como Urías. Buena parte de la gracia que le vi a este museo fue la de ir pasando de uno a otro de los pueblos levantinos que van saliendo en el Antiguo Testamento, dándose de leches las más de las veces con los israelitas.

 Nisroch, uno de los dioses asirios, con cabeza de águila y cresta punky, tiene toda la pinta de ser uno de los malos de las series de dibujos de los noventa, tipo Tortugas Ninja o similar.

 Y termino ya con los animales con un ejercicio de metazoología de museo: un cuerno y caja de marfil, decorados a su vez con escenas de documental.

 Muchas, muchas cosas había en el Museo, que como tantos otros terminé visitando un poco a la carrera por entretenerme demasiado al principio. Ya sólo me detuve al final, para ver el Salón de Alepo, y pensar entristecido en la guerra como destructora de belleza (no de "arte", no me entendáis mal: me importan mucho más los alepenses que los monumentos destruidos)

 Salón decorado con tablas pintadas, perteneciente a un comerciante cristiano del S. XVII. En uno de los paneles, esta Virgen con niño de aire oriental me sirve para desearos de nuevo feliz Navidad y despedir la entrada, despedir la serie de entradas sobre Berlín, y despedir el año; todo a la vez. Nos vemos en 2017...

viernes, 30 de diciembre de 2016

Brumas

¡Hola a todos! Ya de vuelta de Madrid: tres días de ver a muchos de vosotros (bueno, no a tantos... porque ya casi nadie entra aquí, ejem), con un ritmo de visita tan frenético que no he llegado ni a encender el ordenador. Y ni a echarlo de menos apenas, que es aún mejor. Tres días de ver gente... y también algo de bichos y campo, que ya cuando haya lugar enseñaré por aquí. De momento, quería quedarme con que han sido tres días de ver ¡el sol! Y de disfrutarlo, vaya: sol de sacarse el abrigo a mediodía, de mirar hacia arriba y ver el cielo profundamente azul, y no lechoso como en verano... o marrón, como se ve Madrid desde fuera, de hecho: toda la contaminación de estos días, que tantas noticias ha protagonizado, tiene al menos la decencia de no verse "en vertical", al mirar al cielo desde dentro de la ciudad; nada que ver con esas imágenes de Pekín que salen de vez en cuando por la tele... Ya es más de lo que puede decirse de la niebla que dejé atrás en Dijon, o de la que nos visita cada mañana y cada tarde en Orense, o de la que más me ha dolido estos días. la que me ocultó la vista por la ventana de tren, al ir el martes y al volver hoy, mis preciadas escenas castellanas que tanto me gusta comentar por aquí. Despejó sólo hoy, entre Zamora y Galicia, el tiempo suficiente como para ir contando milanos reales hasta quedarme sin dedos en las manos, y para sorprender la silueta de una única avutarda, mirando pasar el tren con gesto de asco desde lo alto de un acirate... pero poco tiempo, en cualquier caso. Ya veremos, dentro de dos meses, con qué frecuencia vuelven estos viajes a mi vida; por de pronto me temo (o no, no sé) que no me importaría que fuese alta...

martes, 27 de diciembre de 2016

Me vais a odiar mucho...

... pero vuelvo a marcharme. Por supuesto, tras haberme liado mucho antes estos dos días pasados en casa, por lo que me voy sin dejar nada prepublicado, para terminar con Berlín y/o empezar Bélgica, que ya seguro que ni os acordáis de que también volví allí... Bajo a Madrid, a ver gente, a bajar la comida (este fin de semana ha sido eso, una comida continua), y a respirar ese aire de ciudad que prefiere el ser humano. Y a dejar que el paisaje castellano me inspire algo, sepa o no luego yo ponerlo por escrito. El viernes vuelvo, el viernes nos veremos. O no.

lunes, 26 de diciembre de 2016

Ex Oriente

Un poco como si viniese desde Oriente me sentía yo al llegar el sábado a mediodía a casa, trascurrido más de un día desde que salí de Dijon el viernes por la mañana (que al oriente de Orense está, en todo caso...). Tren a París a primerísima hora de entrante, observando fascinado las evoluciones de una familia especialmente gritona por el vagón adelante y las miradas de odio que les dirigía todo el mundo. Luego, dos Cercanías y un autobús a Orly; autobús cuyo retraso en salir llenó de nerviosismo a muchos que debían de ir con el tiempo más pegado al culo que yo: cada vez más gente agolpándose en la marquesina, con cada nuevo Cercanías que llegaba; moviéndose en una masa nerviosa de un autobús cerrado a otro, todos siguiendo a una, maletones en mano, al primero que parecía dirigirse hacia algún lado con aire de saber a dónde iba. Primer vuelo, París - Madrid, bastante retrasado debido a la niebla; pero que al menos no me quitó el tiempo de comerme en Barajas un bocadillo, mientras miraba a Juan Carlos Monedero dirigirse con pinta de enfadado (qué raro) hacia alguna parte. Vuelo Madrid - Santiago más tarde, aterrizando con las últimas luces del día entre eucaliptos y acacias, ¡bienvenido a Tasmania! Me los imagino así, a los tasmanos: pronunciando "ai" donde toca "ei" como los de Australia continental, pero con acento gallego... Una hora en Lavacolla viendo cómo los de la TVG grababan la llegada posterior de alguna chica a la que esperaban todos sus familiares con gorros de papá Noel ("A mellor neta do mundo", rezaba la cartulina pintada a mano) y, por fin, autobús a Lugo. Dos horas de autobús desandando el Camino de Santiago; el mismo tiempo que le había llevado al avión por la mañana llevarme de Francia a España. Al otro lado del cristal, la negrura; interrumpida sólo a trechos, cuando las tres o cuatro luces de Navidad de alguna aldea alumbraban algún alpendre de bloques de hormigón y uralita. Lugo: visita largamente pospuesta a la "nueva" casa y vida de JaviP, contratado al mismo tiempo que yo, allá por abril de 2015. Pulpo, cómo no, para alimentar al unísono cuerpo y clichés. Paseo por el casco viejo de la ciudad del Sacramento el sábado por la mañana: mucho más bonito, "compostelano", de lo que recordaba; rodeado eso sí extramuros por la bendición arquitectónica que tenemos en Galicia, no vaya a ser que nos dé un síndrome de Stendhal... Y más tarde, un tanto en la misma línea, viaje por fin a casa a través de la Ribeira Sacra: "Qué paisajes, ¿eh?" "Sí... plantaciones de pino de Monterrey y eucalipto, mimosas tapizando todos los huecos que deja el monte al arder, y abajo de todo un embalse". La desgracia de verlo todo con ojos de ecólogo...

Y Orense, eventually. Galicia puede ser muy fea. Pero, como le decía a JaviP, es como el dibujo horroroso que ha hecho tu hijo pequeño en el cole: cómo no te va a gustar...

domingo, 25 de diciembre de 2016

¡Feliz Navidad, lectores con gusto!

Guido da Siena. Nativitá. c. 1270. Museo del Louvre
¡Me encanta este cuadro! Me recuerda una habitación de hospital... todos de comadreo, charlando unos con otros sin darse cuenta de que María y José no han dormido en toda la noche y necesitan descansar un poco... el perro blanco, la cabrita negra...

jueves, 22 de diciembre de 2016

Lo que en Orense no había (Go East, VI)

 El lunes 31 de octubre (qué lejos queda ya...) Andrea no pudo escaparse del curro y pasé yo la mañana por libre. Y tras fotografiar unos cuantos monumentos que quedaban fuera del "núcleo duro" de la ciudad, y decidir que no me apetecía echar la mañana en la calle pasando frío, terminé encaminándome hacia el zoo...

 Aunque no fue el zoo lo que visité, sino más concretamente el Acuario de Berlín; donde se estaba muy calentito, y también se hubiera estado muy a gusto, de no ser por las hordas de niños gritones a los que sus padres o profesores no ponían ningún freno... en cualquier caso, allí eché unas cuantas horas. Y he estado tentado, pero os voy a ahorrar la tortura de ver fotos de un montón de reflejos míos en el vidrio de los tanques.

 Porque ¡qué difícil es fotografiar acuarios y que quede bien, sin una iluminación especial! Y los peces ya ni os cuento... pero me lo pasé muy bien, la verdad; sobre todo con los acuarios de agua dulce: viendo en directo muchas, muchísimas de las especies que yo sólo conocía por las fotos de las revistas, pues pensar en que algún día iban a aparecer por las tiendas de animales de Orense era pensar en lo excusado.

 Os pongo sólo uno, el que mejor ha quedado, por plano y por tranquilo: un Mesonauta insignis, un cíclido del Amazonas.

 Y una foto así un poco de lejos de uno de los acuarios grandes, también de peces amazónicos, lleno de varias especies de cíclido pavo real Cichla spp., y grandes pirañas, peces gato, arowanas...

Estas culebrillas no me han quedado del todo mal; pero fue una lástima, me entretuve tanto en el piso de abajo (de los peces) que los de arriba, los de los terrarios, apenas sí lo vi en un suspiro. Me quedaba aún antes de encontrarme con Andrea otro museo que visitar; otro ya un poco más clásico, con el que cerrar la serie de entradas sobre Berlín. Para la próxima lo dejo pues.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Solnhofen (Go East, V)

Acostumbrados a recordar y pronunciar de carrerilla nombres más largos que un día sin pan, para los que fuimos niños-paleontólogo Solnhofen es un nombre sencillito, de los que vienen a los labios con suavidad. Y además, cargado de "recuerdos"...

 Las canteras de caliza de Solnhofen, en Baviera, comenzaron a formarse a finales del periodo Jurásico, a partir de los sedimentos depositados en el fondo de una zona marismeña; sedimentos que fueron rodeando, atrapando y protegiendo una serie de restos biológicos que sorprende por su diversidad. Hay peces, muchos, claro...

 ... pero en general todo tipo de animales acuáticos. Lo que más llama la atención de este yacimiento, además, es el excepcional estado de preservación de todos los restos, que invita a los científicos a pensar en que el fondo de esta zona palustre debía de ser anóxico y especialmente hostil a la vida, impidiendo que criaturas carroñeras destruyesen los cuerpos de los animales que iban muriendo y descendiendo hasta el fondo.

 No sólo hay criaturas acuáticas, sino también terrestres...

 ... e incluso voladoras. Escamas, antenas, las alas membranosas de esta libélula, el contenido estomacal de muchos otros ejemplares... todo, todo se ha preservado tan bien que no es de extrañar que, paseando por entre las vitrinas del Museo, reconociese enseguida algunos de los ejemplares, tras haberlos visto tantas veces en fotos y dibujos en mis libros de pequeño:

 Ejemplares como este pterosaurio, el Rhamphorhynchus muensteri, donde se ven sin problemas las alas de piel y el timón del extremo de la cola...

 ... o este otro, un Pterodactylus kochi, del tamaño de un mirlo. Pero era otro El Ejemplar, con mayúsculas: otro organismo alado que dio fama mundial al yacimiento...

 ... y que tenía, como corresponde a las grandes estrellas, su propio camerino...

... el espécimen de Berlín de Archaeopteryx lithographica, "la" Archaeopteryx por antonomasia. El bicho cuya postura inspiró al Antón preadolescente un baile que, de repetir ahora, creo que me haría romperme algo... Como ya os dije hace algunas entradas, lo mejor de Berlín me lo encontré de puertas para adentro.

domingo, 18 de diciembre de 2016

La Formación Tendaguru (Go East, IV)

Me temo que, aunque lo sienta, no voy a disculparme más por no actualizar con la regularidad que a vosotros y a mí me gustaría: entre el laboratorio y otros asuntos varios estoy la mar de entretenido, pero como contrapartida a todo no me da tiempo. Paso pues sin más a comentaros una de las dos cosas que más me gustaron de nuestra visita en Berlín al Museo de Historia Natural: los dinosaurios de la Formación Tendaguru.

 Como os comenté en la entrada anterior de la serie berlinesa, este museo alberga una colección importante de especímenes, actuales y extintos, de las colonias alemanas africanas; entre ellos, los numerosos fósiles de dinosaurios de finales del Jurásico desenterrados en el yacimiento de Tendaguru, en la costa de la actual Tanzania, entre 1909 y 1912: gran cantidad de restos que permiten hacerse una idea del ecosistema al completo, con sus especies adaptadas a consumir diferentes tipos de alimento, repartiéndose el espacio.

 Los gigantes, por ejemplo, venían en "dos modelos": los braquiosáuridos como Giraffatitan, cuya cabeza se alzaba muchos metros por encima de las nuestras, podían entretenerse picoteando entre las ramas altas de los árboles...

 ...mientras que, a pesar de tener una longitud en metros equivalente, la postura natural de los diplodócidos, más horizontal, les permitiría acceder más cómodamente a estratos inferiores de la vegetación.

 Correteando entre sus pies y empequeñecidos a su lado, pero todavía enormes para nosotros, otros dinosaurios herbívoros como el Kentrosaurus se ocupaban por fin de peinar el terreno a ras de suelo. Defendidos por su propio gigantismo, los saurópodos de las fotos de arriba no cuentan con elementos defensivos especialmente aparentes; no así este pequeñuelo, que no hace nada por ocultar todas sus espinas...

 ... y motivos no le faltan, claro, pues ante semejante acumulación de proteínas no faltan en el yacimiento dinosaurios depredadores: allosáuridos, el grupo dominante de carnívoros de finales del Jurásico; que aunque no alcanzasen el mayor tamaño de los tiranosáuridos o otros grupos que llegarían bastante después, no dejarían de darnos bastante miedo en un encuentro cara a cara, a nosotros o al pobre Dryosaurus que aquí vemos, congelado eternamente en su huida.

El estado de conservación de los ejemplares de Tendaguru es en general muy bueno, y ha permitido a los paleontólogos inferir buena parte de lo que se sabe de los dinosaurios de esta época. Pero el Museo de Berlín alberga otra colección cuyos ejemplares, pese a ser algo más antiguos aún, presentan un estado de conservación todavía mejor. Una colección que, de nuevo, nos muestra un ecosistema complejo y completo; pero no uno repleto de grandes bestias capaces de pisarte sin darse ni cuenta, sino uno mucho más delicado y rico: el conjunto de bichillos con patitas, antenas, escamas... y plumas, que vivía en una zona marismeña alemana mucho tiempo antes de que Alemania se llamase así. Solnhofen...

jueves, 15 de diciembre de 2016

Aniversario mostacero (X)

Diez meses en Dijon, diez meses como diez soles. El sol que hace días que no vemos... Y en estos días fríos es cuando más echo de menos, entre otras muchas cosas, tener cerca un sitio con agua donde ver gaviotas; que el lago Kir nos queda a desmano, y encima sólo hay un puñado de reidoras (ya lo veréis en una entrada futura, paciencia). Tengo ganas... tengo ganas ya de bajar en Navidad, y de darme un paseo junto al Manzanares, para ver que tal va ya la olvidada por la presa (eso es bueno) naturalización del mismo. Tengo ganas de empezar a caminar sin ver nada y, como de costumbre, a la altura del Calderón, sonreír porque allí están ellas, lavándose de las plumas la mierda del vertedero. Habrá que ir pues, antes de que los colchoneros migren definitivamente al este de la ciudad, antes de que le metan la piqueta al estadio...

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Un santo más

Encerrado de sol a sol en el laboratorio, como apuntaba ayer, me termino enterando tarde y mal de las cosas. El martes a última hora fallecía Don Javier, actual cabeza del Opus Dei, institución a la que debo buena parte de mi formación religiosa, de mi forma de entender el trato con Dios, que en definitiva es lo único que nos importa en esta vida (y en la que viene). Comparto tristeza con otros muchos amigos, que se quedan sin padre; y también hasta cierto punto el consuelo de saber que he visto en persona a un hombre de Dios. Lo de "santo de altar" ya lo dirá si toca la Iglesia, a la vuelta de los años... aunque yo pocas dudas tengo.

martes, 13 de diciembre de 2016

Apuntes desde Silent Hill

Sé que es una broma recurrente entre los millennials como yo, la de aludir al citado videojuego en condiciones de niebla pertinaz, pero... qué queréis que le haga, si me gusta seguir las modas cual borrego. Al menos los borregos están bien abrigados. El panorama de la foto (de Miguel) que muestro es más o menos el que me encuentro al llegar a la facultad por la mañana, y el que dejo atrás al volver a casa; así todos los días en las últimas dos semanas, no siendo un par de ellos, y no penséis que siquiera a mediodía mejora mucho. Dias de niebla fría, en que la helada persiste sobre tejados y árboles de una jornada a la siguiente. Dias de manos cortadas y garganta irritada; de mucho laboratorio y, para compensar (o añadir agobio, según me lo tome), de mucha vida social: esta semana sin ir más lejos velada comunitaria de series ayer, tesis hoy y mañana, y cena de Navidad el jueves. Y a este ritmo no sé si llegaré a celebrarla yo en España... qué diez días más largos me esperan.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Museum für Naturkunde (Go East, III)

 Entre el frío, y que lo que había dentro me terminó interesando más que lo de fuera, pasé bastante tiempo del fin de semana berlinés dentro de museos: entre ellos, en el de Ciencias Naturales, que a la postre era donde Andrea estaba haciendo su estancia, con lo que pude colarme como visitante VIP.

 Es el de Berlín uno de los museos europeos "clásicos", a la vez base y motor de científicos de renombre que exploraron y describieron a lo largo del S. XIX buena parte de lo que quedaba por describir en Europa, además de las colonias alemanas africanas y grandes zonas de Asia Central. A resultas, si de algo anda sobrado el museo es de bichos muertos: de bichos muertos en sus botes de formol...

 ... y de bichos muertos hace un tantico más de tiempo, como Tristan, uno de los ejemplares de tiranosaurio más completos y mejor estudiados.

 Pero no os llevéis a engaño, que "clásico" no es viejuno y anticuado: en realidad las colecciones expuestas del Museo resultaban de lo más didácticas, sin caer en en infantilismo, como me pareció que hacían las de Londres; ni tampoco pasarse de pesadas y densas.

 Y bonitas, además. El agateador y los dos trepadores azules que comparten troncos en este diorama estaban de lo más conseguidos. Nada que ver con... bueno, que las comparaciones son odiosas, ejem.

 Una pareja de correcaminos mayores Geococcyx californianus, pensándose si la serpiente de cascabel que se han encontrado merodeando cerca de su nido no podría pasar de potencial depredador a cena... los correcaminos por cierto son cucos; pero de los que hacen nido propio, que de hecho si no me equivoco son mayoría en la familia.

 Un par de faisanes dorados Chrysolophus pictus intentando ganarse el favor de una dama; sin más, que me parecieron bonitos... eso, y que me recordaron a unos que me gustaba ver en la pajarera del Jardín del Posío cuando era pequeño. Aunque mucho me temo que éstos de Berlín, con estar disecados, daban bastante menos pena...

 Para gran horror de Andrea, me gustó mucho esta metavitrina, donde se recreaba el proceso de preparación de las pieles para su conservación en colecciones científicas.

Y despido ya esta entrada con otro fósil más, en preparación de las que vendrán. Un cráneo de un bicho que se llamaba Stygimoloch cuando aún me interesaba por los dinosaurios (más o menos por la época de los faisanes), y que ahora parece ser que no es sino la forma juvenil del Pachycephalosaurus. Bueno, supongo que si sé esto es que todavía me gustan un poco estos bichejos...

jueves, 8 de diciembre de 2016

El cielo -nocturno- sobre Berlín (Go East, II)

 Aunque hace ya más de un mes de mi visita, en Berlín ya se hacía de noche demasiado pronto para un sureño (y para cualquiera con un mínimo de sentido, vaya). Pero estaba yo en modo turista y no era plan de recogerse en casa con las gallinas al caer el sol. Por no hablar de que, pese al frío, algunas cosas se disfrutaban de noche incluso mejor.

 Paseamos de noche varias calles, varios barrios; cada uno con su estilo, distintos entre sí y también según el cielo estuviese despejado o velado por la niebla que subía del Spree y los otros ríos de la ciudad. Pero, sin duda, de las cosas que más me gustaron fue la visita nocturna a la cúpula de vidrio del Reichstag.

 Un añadido como éste en un edificio, si no muy antiguo, sí de corte clásico, no deja de ser una apuesta arriesgada; pero que le saló bien al señor Foster (la Cidade da Cultura, ya tal): vista desde abajo no desdice, y cuando uno se acerca resulta de lo más atractiva.

 El pasillo en doble hélice que sube por sus paredes permite tener unas vistas bastante decentes de muchos de los monumentos de la ciudad; a mayores de que, al servir como zona de paseo, simboliza que el pueblo se sitúa sobre los políticos y tal y cual (estas cosas de los arquitectos... tampoco nos vamos a enfadar).

 Pero, en realidad, es la cúpula en sí el punto más interesante. No sé cuánto de verdad y cuánto de deseo habría en todo lo que nos contaba la audioguía sobre su eficiencia: que los espejos del cono central dirigen la luz hacia el salón de plenos, permitiendo ahorrar nosecuánto en iluminación; que el aire y el agua que pasan por dentro del mismo contribuyen a la vez a refrigerar y caldear el edificio, o algo así... historias de éstas. Pero espectacular, en cualquier caso.

 Y abajo a nuestros pies, en efecto, el parlamento desde el que las malas lenguas dicen que se gobierna Europa hoy en día...

Y otra cúpula para cerrar ya esta entrada, la del Sony Center, que cambiaba de color cada tanto y que cuando estaba así en azul me recordaba a Independence Day... veinte añitos ya, ¡ay!